Este viaje a Viena ha sido excepcional. Como hace años que no lo hacíamos. Fantástico, sin más. Viena es una gran ciudad, se nota que ha sido capital de un gran imperio. El paseo por la Catedral, el Graben, la Iglesia de San Pedro, la Ópera... y los pequeños detalles, como el
kaffee alt wien donde comimos,...
Sí me ha llamado la atención el declive de la Iglesia (católica) en Austria, del que ya sabíamos desde
hace un par de años. En los templos no se anuncian las misas, sino los conciertos. La iglesia no quiere ya ser
católica, sino ecuménica. v.gr. el evento
del próximo 24 de mayo. Es ya una iglesia, con minúscula, porque quiere serlo. ¿En qué orden salen las iglesias en dicho evento? Muy sencillo: por orden alfabético. También es cierto que allí aguanta la mencionada iglesia de
Peterskirche, con su iluminado retrato y su diario concierto de órgano a las 15:00h.
Nuestro gran descubrimiento de este viaje ha sido
Julius Meinl. Es toda una experiencia degustar en su terraza un Appfelstrudl con Kamille, con el hervidero del Graben de frente, y la cúpula verde del palacio imperial a la derecha. Todo en un ambiente germano, pero romano a la vez. Hermosa síntesis. No estaría mal tarsladarse allí, el alemán lo dominamos en nada.
¿Qué más? La tarta Sacher, el Tesoro Real, el cuadro de Rubens de la
Reunión en Nordlingen (no hay plagio, se pintó en 1634, el mismo año que Velázquez la Rendición de Breda), la estatua de Mozart con la clave de sol en violetas y una excelente cena junto al Donao. ¿La vuelta? Pues que el tren Viena centro-aeropuerto cuesta 12 euros (en Madrid cuesta 2,5). Y que mi pie desnudo no supera el detector de metales (¿de qué debo tener hechos los huesos?) Schonbrunn queda para la siguiente visita.
Una de las tardes en el hotel, al estar un rato descansando, he estado escuchando a Taleb hablar sobre el concepto de
anti-frágil. No puedo dejar de pensar en él.