Viernes, fin de semana. Dejemos la economía y vayamos hoy con algo de Historia, tomándonos la licencia de un post algo más extenso.
Salvo la lista interminable de reyes, que casi nadie sabe repetir, poco sabe el ciudadano medio de los (visi)godos. Sin embargo, la unión política, legislativa y religiosa de España se realizó en su reinado. A quien no le guste la existencia de España, vaya a los godos para reclamar. Mucho antes (h. 200 a.C) Roma le dio nombre (Hispania) y unidad (incluso administrativa, como provincia conquistada), pero nunca independencia. No fue hasta que cristalizó la unión entre visigodos e hispanorromanos, que España fue dueña de su destino. Con Atanagildo (h. 540) se fundó la dinastía con la que, por herencia sanguínea o mítica, entronca el Borbón de hoy.
El reino consolidado por Leovigildo (en lo político) y su hijo Recaredo (en lo religioso), se declaraba heredero de Roma. Y para que no hubiese dudas se regían por la “Lex Romana Visigothorum”, ideada como continuatio del derecho romano. Por fin se cumplía el sueño de Alarico: crear una Gothia Romana, tras la conquista de la propia ciudad de Roma por los godos en el 410.
Es en ese Reino en el que San Isidoro escribe en el siglo VII su “Historia Gothorum”, con su famosísimo proemio “De Laude Spaniae”:”De todas las tierras que se extienden desde el mar de Occidente hasta la India tú eres la más hermosa. ¡Oh sacra y venturosa España, madre de príncipes y de pueblos! ... Tú eres la gloria y el ornamento del mundo, la porción más ilustre de la Tierra ... Tú, riquísima en frutas, exuberante de racimos, copiosa de mieses, te revistes de espigas, te sombreas de olivos, te adornas de vides. Están llenos de flores tus campos, de frondosidad tus montes, de peces tus ríos, ..., rica en hijos, produces príncipes, ...”.
Pero es ese mismo Reino el que sucumbe poco después ante la conquista árabe, ante los mauri, los moros. A la humillación de la derrota y sometimiento a los nuevos amos se une el modo vergonzoso en el que los moros se han adueñado del reino: la traición del bando witizano y de los judíos. Así, el conde godo Julián de Ceuta pactó con el moro Muza la entrada del capitán Tariq por Gibraltar (Jabal-Tariq o Gibb-al-Tariq, la roca de Tariq) para apoyar a la facción del fallecido rey Witiza (710) y combatir a don Rodrigo, elegido Rey de forma legítima por la Asamblea goda. Los moros ya nunca se irían. ¿Qué pensaban los hispanos de esa época? ¿Qué era de aquellos cristianos, de repente conquistados, que solo podían o bien convertirse a la fe de Alá, o bien permanecer mozárabes (must'arab, arabizado, al lado del árabe) bajo su tiranía? ¿Qué pasaba por su mente, a ellos, que conquistadores de Roma, de repente habían perdido su reino, y poco a poco iban perdiendo sus leyes, su lengua, y hasta su Dios? ¿Podemos saber qué pensaban estos antepasados nuestros?
Lo sabemos. Lo sabemos por el texto del “Lamento de España” de “La Crónica Mozárabe”, que un anónimo cristiano escribió en su escondite en 754, tras cuarenta años de tiranía: “¿Quién podrá pues narrar tan grandes peligros? ¿Quién podrá enumerar desastres tan lamentables?. Pues aunque todos los miembros se convirtiesen en lenguas, no podría de ninguna manera, la naturaleza humana referir la ruina de España ni tantos y tan grandes males como ésta soportó, ... dejando de lado los innumerables desastres que desde Adán hasta hoy causó, cruel, por innumerables regiones y ciudades, este mundo inmundo, todo cuanto según la historia soportó la conquistada Troya, lo que aguantó Jerusalén, ..., lo que padeció Babilonia, ..., y, en fin, todo cuanto Roma enriquecida por la dignidad de los Apóstoles, alcanzó por sus mártires, todo esto y más lo sintió España, tanto en su honra, como también de su deshonra, pues antes era atrayente, y ahora está hecha una desdicha”. Ese era el espíritu de nuestro antepasado mozárabe, que lamentaba la “Pérdida de España”...
Que los cristianos refugiados en el norte no se doblegasen, y comenzasen en Covadonga y Pano a luchar contra los moros fue una encrucijada histórica, una opción libre, una elección de destino, que determinaría la posterior historia peninsular y mundial. Podía haber sido otra la opción elegida, pero fue esa ...